Hace 19 años en El Naya, Cauca, las procesiones de Semana Santa no contaban feligreses sino víctimas. El miércoles santo marcó el fin de la cuaresma y el inicio de la barbarie. Era 11 de abril del 2001 cuando más de 100 paramilitares del Bloque Calima asesinaron a supuestos guerrilleros. No hubo juicios. Solo señalamientos, tortura y muerte para los del ‘otro bando’.
El Naya es una región ubicada en los límites del Cauca y Valle del Cauca. Está dividida en Bajo Naya, donde habitan comunidades afro, y Medio y Alto Naya, con campesinos e indígenas. Solo cuenta con dos vías de acceso: una terrestre por el municipio de Buenos Aires y que obliga el ingreso a lomo de mula, y otra acuática por Buenaventura, el canal entre el Océano Pacífico y el suroccidente del país.
Con el paso de los años, los habitantes de la región vieron al río Naya convertirse en paso estratégico para el microtráfico. Era una oda a las armas. Fue corredor de las Farc en los ochenta y del ELN en los noventa. En 1999, una división del ELN secuestró a 200 devotos en la Iglesia La María, en Cali, y los llevó a los Farallones, un lugar cercano a El Naya.
Todas fueron razones suficientes para que el Bloque Calima entrara en la zona creyendo que era ‘cuna de guerrilleros’. El grupo era dirigido por Jose Herbet Veloza, alias ‘HH’. Su presencia en el Pacífico obedecía a las órdenes de Vicente Castaño, quien quería lucrarse con el narcotráfico y consolidar su dominio político y militar desde Chocó hasta Nariño.
El bloque llegó un día antes a la masacre, el 10 de abril. Permanecieron en la región hasta el 13. Como si fuera coincidencia religiosa, el calvario del Alto Naya terminó en pleno Viernes Santo. Pero luego de la masacre y para huir del lugar, los ‘paras’ se enfrentaron a los ‘guerrillos’. La Fuerza Pública llegó dos semanas después de la Masacre, el 26 de ese mismo mes.