Nos preguntamos ¿por qué cuando nosotras las mujeres decidimos hablar en voz alta y exigir que se despenalice el aborto en Colombia, tenemos que ser sujetas de todas las formas de violencia y discriminación? Esta violencia viene de parte de algunos grupos sectarios que, desde la política, la religión, la cultura y la cosmovisión creen tener una verdad absoluta, sin haber hecho ningún tipo de análisis profundo o una autocrítica sobre la situación de desigualdad social en que viven las mujeres indígenas, que día a día se levantan sin ningún aliento de esperanza para sus formas de vida, ni tienen la garantía del goce de sus derechos individuales y colectivos.
El aborto siempre ha estado presente en la vida de las mujeres indígenas. Dentro de los sistemas tradicionales de salud se conoce un amplio repertorio de plantas medicinales que, bajo distintas circunstancias, son utilizadas con fines de anticoncepción y de interrupción de los embarazos, pero poco se habla del tema. Vivimos en una sociedad desigual y eso se evidencia en algunos indicadores socioeconómicos y de calidad de vida de las niñas, adolescentes y mujeres wayuu, sobre las que diariamente terminan recayendo algunos de los trabajos más pesados y menos valorados. El panorama no es alentador; a donde quiera que miremos, el acceso a servicios de salud sexual y reproductiva, incluido el aborto, es una realidad lejana para nosotras.
No todas decidimos ser madres a temprana edad, ni tampoco decidimos ser violadas. Necesitamos mirar al interior de nuestro pueblo, pues nuestros proyectos de vida y sueños se están truncando cuando nos encontramos con un no rotundo al aborto, sobre todo en casos de violencia sexual y cuando nuestra salud se encuentra en riesgo. En la cultura indígena wayuu se dice que hay que engendrar para perpetuar la cultura que trasciende de generación en generación. En esta creencia tenemos diferencias absolutas: quienes piensan de esa forma desconocen y rechazan que nosotras, como mujeres indígenas, tenemos el derecho a la libre determinación de decidir sobre nuestros propios cuerpos. Cuestionamos también el ocultamiento que las culturas indígenas mantienen hace décadas sobre las Violencias Basadas en Género que sufrimos las mujeres dentro de nuestras comunidades. Infortunadamente se debe referir que muchas de las prácticas culturales consideradas tradicionales terminan invisibilizando o maquilando las Violencias Basadas en Género que día a día tienen lugar en las comunidades. En este contexto, cuando el argumento del respeto y la pervivencia de la tradición lesiona los derechos de las mujeres, el desafío es hacer nuevas interpretaciones de la simbología colectiva y de los valores identitarios, de manera tal que se desechen sus atávicas visiones patriarcales.
Aunque poco se conoce, el aborto es parte esencial de la medicina propia basada en la sabiduría de las abuelas y los abuelos. Por eso es tan importante que deje de ser un tabú; necesitamos aprender a interiorizar los problemas y sufrimientos que aquejan a las mujeres indígenas. Algunas mujeres y niñas, en especial las que habitan en rancherías lejanas, no están preparadas para la maternidad y tampoco la eligieron; muchas de ellas son víctimas de violencia sexual, uniones y matrimonios tempranos y forzados. Además, la nociva práctica del incesto aún ocurre al interior de nuestro pueblo. Como si esto fuera poco, muchas de las mujeres y niñas desconocen sus derechos individuales y colectivos por la falta de oportunidades de acceso a información, educación y políticas de salud con enfoque territorial y de género. No en vano, en la población wayuu existe un 27% de analfabetismo según las estadísticas del DANE, un índice bastante alarmante.